Pablo Romero Montesino-Espartero

Pablo Romero Montesino-Espartero
------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Camarote desde donde fueron escritas algunas de estas cartas-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Con este blog pretendo ir recopilando las cartas escritas por mi hermano Pablo Romero M-E, dirigidas a la familia, durante sus primeros años de navegación tras terminar su carrera de Marino Mercante allá por el final de la década de los años cincuenta, principio de los sesenta-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------.

jueves, 27 de septiembre de 2012

MI NUEVO BARCO (I)

Autor:
Pablo Romero Montesino-Espartero
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Carta nº - 3 -

 Mi nuevo barco, el Monte Nuria veterano de los cinco océanos, había sido en sus años mozos, buque escuela de la Marina Mercante. Su viejo casco de remachadas planchas, rezumaba historia a través de su medio siglo de peregrina vida. No solo había aguantado las fuerzas desatadas de la Naturaleza durante las oscilaciones del barómetro, también el furor y los errores de los hombres. En su haber tenía dos embarrancadas, una colisión con otro barco y el impacto de un torpedo alemán que no llegó a explotar gracias-según antiguos tripulantes- a la Virgen de Begoñakoa que adornaba, junto a unos angelitos el espejo de su despintada popa.
 Era un barco que flotaba por misericordia del Principio de Arquímedes y que disponía de cuatro bodegas con capacidad para siete mil toneladas de grano, y su máquina de vapor era capaz de imprimirle la increíble velocidad de ocho nudos-unos 15 Km. por hora- que le permitían en condiciones atmosféricas muy favorables, cruzar el Atlántico Norte en el bonito “record” de 20 días, es decir diez y seis días más que el “United States” poseedor de la famosa Cinta Azul.
 A pesar de sus inconvenientes, me sentía orgulloso de ser miembro de su tripulación. Más tarde nos demostraría que era un barco marinero y valiente a pesar de su vetustez.
 Cuando llegué a bordo, las operaciones de descarga de los siete millones de kilogramos de blanquísima azúcar cubana estaban tocando a su fin y me preguntaba que se haría con los cientos de kilos esparcidos por sus bodegas y que se consideraban desperdicios o barreduras. Todo se fue al mar, nada se aprovechó.
 Al día siguiente me empezaría a contar mi tiempo de embarque como Alumno de Náutica o Agregado en prácticas. Transcurrirían casi cuatrocientos días de mar y dos años y medio de embarque, antes de desembarcar para retomar de nuevo mis estudios para la obtención del título de Piloto de Segunda Clase de la Marina Mercante Española.

 Como todo aquél que embarca por vez primera, mi mayor y más grave preocupación era si me marearía o no. Sentía espanto al imaginarme hecho un trapo a la vista de mis compañeros, pero por fortuna jamás me sucedió tal cosa, dándome cuenta más tarde de que nadie que se maree a bordo hace el ridículo ante la tripulación, al considerarse el mareo una enfermedad profesional.
 Tras unas emocionantes pitadas de despedida, abandonamos Santander con destino a Lisboa, puerto en el cual nos esperaba un cargamento completo de corcho en fardos para Norteamérica. No podía creer que mi primera travesía atlántica la hiciera con una mercancía tan entrañable para cualquier extremeño.

 ¡Mi barco olía a Extremadura¡ Después supe que buena parte de la carga procedía de San Vicente de Alcántara, ¿cómo no sentir una emoción grande cuando en navegación, y en mitad del océano, la ventilación de las bodegas nos traía hasta el puente el inconfundible aroma de nuestros alcornocales?
Teníamos por la proa seis mil kilómetros de Atlántico en la más dura época del año, sobre todo para un barco con tan mísera fuerza de máquinas.

 Para ir de Europa a América hay dos caminos a elegir: loxodrómico y ortodrómico. El primero es el más largo pues se trata de bajar en latitud hasta alcanzar las Canarias, correr el paralelo, para después arrumbar a las costas americanas viniendo del sur. Esto nos aparta del círculo máximo u ortodrómica que es la distancia más corta entre dos puntos del globo. La principal ventaja radica en las latitudes bajas por las que se navega, que nos proporciona un viaje, en la mayoría de los casos, de sol y buen tiempo. Es el camino elegido por los capitanes de viejos y destartalados candrays, menos por el nuestro, que no le importaba afrontar los peligros del Atlántico Norte en invierno, si con ello nos ahorrábamos un día de viaje.
El camino ortodrómico o directo, nos lleva a latitudes muy altas que implica riesgo de temporales con grandes mares del N.O, persistentes nieblas y lo peor de todo, los icebergs .Estos últimos, a veces auténticas montañas de hielo que esconden bajo su línea de flotación siete veces lo que emergen. Desde Groenlandia navegan a la deriva arrastrados por los vientos y corrientes, llegando algunos de ellos a alcanzar la llamada “autopista del Atlántico” siendo un peligro muy serio especialmente para barcos como el nuestro, sin radar.

 Poco a poco, las turbias aguas del Tajo se iban tornando color turquesa y más tarde azul, azul océano, solamente roto por la blanca espuma que la estela de nuestro decrépito barco iba dejando tras de sí.
 A medida que nos adentrábamos en el Atlántico la niebla hacía acto de presencia convirtiendo las guardias en un verdadero suplicio y las noches en una tortura.

 La bocina del barco lanza al viento su estrepitoso lamento ahogando el sonido de las máquinas, mientras los tripulantes tratamos de no pensar en la colisión del Titanic. Algún barco con radar pasa cerca de nosotros con su bocina silenciada por la confianza que aquel les proporciona. Solo el runruneo de sus máquinas nos avisa de su paso. Seguro que sus oficiales reirán comentando el susto que nos habrán dado. “Spain is different”..., nuestros barcos también lo son.
Por la proa veinte días de horizonte hasta que Cabo Hatteras nos anuncie nuestra llegada a América.

Pablo
(continuará)

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