Pablo Romero Montesino-Espartero

Pablo Romero Montesino-Espartero
------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Camarote desde donde fueron escritas algunas de estas cartas-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Con este blog pretendo ir recopilando las cartas escritas por mi hermano Pablo Romero M-E, dirigidas a la familia, durante sus primeros años de navegación tras terminar su carrera de Marino Mercante allá por el final de la década de los años cincuenta, principio de los sesenta-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------.

viernes, 15 de febrero de 2013

“GOLFADA” DEL GOLFO DE SANTA CATARINA

Autor:
Pablo Romero Montesino-Espartero
 

De guardia en el Monte Urbasa. Trópico 1959 

Carta nº 17 

A las veinticuatro horas de nuestra salida de Río y pasada la isla de San Sebastiao, el golfo de Santa Catarina nos sorprendió con una “golfada” poco frecuente en estas aguas, pero que tienen una merecida fama. Son de muy corta duración, pero te pueden dar una buena paliza.
 El Monte Urbasa, de gran potencia de máquina y buen gobierno, pero con excesiva estabilidad -debido a que en bodegas llevábamos mucha maquinaria pesada- dio durante la noche, fuertes bandazos.
 Para el pasaje fue una experiencia que no olvidaría jamás. Para nosotros, un mal tiempo con el que a veces nos resulta incómodo coger el sueño.

 En nuestro recorrido de inspección por los pasillos de la tercera clase, oíamos en algunos camarotes gritos femeninos de terror, acompañados por el ruido producido por el choque contra los mamparos, de los objetos más diversos en libertad. Los pasajeros que se aventuraban fuera de sus camarotes preocupados por la “situación” o por alguna necesidad, rodaban por los suelos en cuanto perdían un punto de sujeción, cada vez que una ola nos vapuleaba y nos imprimía una gran inercia en el balance. Durante mi guardia nocturna, un grupo de pasajeros subió al puente con los ojos desencajados y unos rostros que reflejaban miedo, desasosiego y preocupación. Uno de ellos se dirigió al piloto de guardia y con la voz demudada le dijo:
“Oficial, ¿es verdad que nos estamos hundiendo?”

La respuesta fue una sonora carcajada por parte de las tres personas que en esos momentos estábamos de guardia. A mi no se me ocurrió otra cosa para tranquilizarles, que hacerles ver el cigarrillo que me estaba fumando.
 Durante aquella noche, el sonido del viento y la mar golpeando el casco, no nos permitió oír lo que estaba sucediendo en la bodega número uno, en la cual iban los equipajes de todo el pasaje y algunos pertrechos del barco. El mal tiempo fue cediendo y ello nos permitió escuchar los golpes provenientes de aquella bodega. Llevamos a cabo una inspección física antes de dejar la guardia y vimos con asombro como un cilindro de repuesto del motor principal, con un peso aproximado de media tonelada, se desplazaba por todo el plan del entrepuente. El mal tiempo había aflojado las trincas con las que estaba fijado a dos cuadernas del barco y en su loca carrera de un lado para otro, había literalmente triturado todo el equipaje del pasaje. Cuando entramos en el entrepuente y una vez sujetado el cilindro, pudimos ver un espectáculo dantesco. Parecía como si un tornado hubiera pasado por allí, destrozándolo todo a su paso.

 De todo aquello diseminado, ropa, enseres, alimentos, objetos personales, etc. hubo algo que por su blancura nos llamó la atención. Nos acercamos para averiguar que era aquello y resultó ser un traje de novia, que en su rodar y rodar, estaba impregnado de grasas comestibles, posiblemente proveniente de embutidos. Quizás lo más triste que encontramos entre tanta desolación, fuera la industria del afilador de Orense, prácticamente descuartizada, la rueda cuadrada y la caja de herramientas con su interior, vacío.
 Paradójicamente el casco del barco no sufrió ningún daño y todo ello debido a que los equipajes de aquella pobre gente, habían servido para amortiguar los golpes de la pieza contra las planchas del casco. Dudo que la compañía se lo reconociera, pero aquél cilindro podía haber causado daños gravísimos a las mercancías si hubiera abierto una vía de agua.

El viaje Río- Buenos Aires se había retrasado algo, motivado por la pérdida de velocidad durante la “golfada”, lo cual favorecía mi plan de ataque a la brasileña que más me gustaba. No era una mujer espectacular, pero había en ella algo que a mí siempre me atrajo del otro sexo: su femineidad. Su tez morena y sus facciones denotaban su origen no del todo ibérico, tampoco podía decirse que fuera una mulata, pero se acercaba bastante a ello. Sin llegar a ser una belleza, su cara tenía el particular atractivo de sus ojos negros y sus labios carnosos, era morena de cabello brillante y alborotado y tenía un cuerpo bien proporcionado. Quizás uno de sus principales atractivos fueran sus andares, que el leve movimiento del barco los hacían más sugerentes aún.
Pablo
 
(continuará) 

Foto:
De guardia en el Monte Urbasa. Trópico 1959