Pablo Romero Montesino-Espartero
En la toldilla de primera clase, entrando en Bahía de Todos los Santos año 1960
Carta nº 24
Hemos regresado de Mar del Plata y nos encontramos de nuevo
en Buenos Aires para completar las doce mil toneladas de trigo, para Funchal,
Vigo y Amberes.
Esta escala es de puro trámite pues tan solo permaneceremos
dos días, lo justo para finalizar el cargamento y embarcar algunos pasajeros de
primera clase. Regresan con sus enormes coches americanos de brillantes
cromados, y pertenecen a ese uno por mil que después de años de trabajo y
sacrificio consiguen volver de nuevo a Galicia. Unos terminarán sus días en la
tierra que les vio partir hace años, otros para disfrutar de unas vacaciones y
permitirse el lujo de restregar a los “cobardes” que no se atrevieron a
emigrar, sus éxitos, sus oros, sus “haigas”... Pocos de ellos saben que en la
bodega número uno, en féretro de zinc viajará con nosotros como cadáver uno de
los muchos a los que la muerte le sorprendió antes de que le llegara el
anhelado triunfo.
Hacer la guardia
mirando al horizonte por la proa durante quince días, sabiendo que está ahí,
convierte nuestro trabajo en algo desagradable. Por más que intentas desviar
tus ojos hacia las estrellas en tu afán de huir del pensamiento fúnebre, no
consigues otra cosa que darle vueltas y más vueltas imaginando como se estará
moviendo el cuerpo dentro del ataúd con el balance del barco. Durante el mal
tiempo que encontramos en los alisios, bajamos en varias ocasiones a la bodega
para comprobar que el féretro no se movía y siempre que lo hicimos nos asaltaba
el temor de encontrarnos con el cadáver resbalando de un lado a otro por el
suelo de la bodega.
Dejamos atrás las islas Canarias, bailando el “baile de los
malditos” debido al mal tiempo, que según los tripulantes gallegos, era
motivado por el “fiambre” de la bodega uno. A la naviera no le pareció muy
correcto escalar en Funchal con el muerto a cuestas y nos ordenaron proseguir
hasta Vigo. Cuando vimos colgando de la grúa el ataúd, intuimos que con él se
iría el “mal fario”, volvería el buen tiempo y la brisa de proa invadiría de
nuevo nuestros sentidos.
En Vigo se quedaron
también los pocos pasajeros embarcados en Buenos Aires y... ¡oh sorpresa¡ poco
antes de partir para las Madeira, hete aquí que nos entregan los pasaportes de
dos féminas- recomendadas del Armador -para embarcar con destino a Funchal y
Amberes. Una de ellas natural de Bilbao con apellidos vascos y de veintidós
años, la otra de treinta y uno, natural de Santander y como descubriríamos más
tarde, la “carabina” que el papá le puso a la preciosidad bilbaína para que no
corriera peligro alguno entre tanto marino. La niña no tenía desperdicio
alguno: cuarto año de Derecho en la Universidad de Deusto, de facciones
angelicales, pelo castaño con melena, figura esbelta y delgada, ojos castaños y
labios finos pero sugerentes. Tenía el aire de Audrey Hepburn y como no...
también tenía novio. La dama de compañía tampoco estaba mal, pero era demasiado
caldo para tan poco pollo, así es que había que ingeniárselas para buscarle un
caballero maduro y rápidamente, ya que el viaje Vigo-Funchal-Amberes-Bilbao no
duraría más de dos semanas.
Después de presenciar como algunas casadas por poderes, se
rendían a los hechizos del trópico, ¿por qué habría que darse por vencido ante
un novio?
Al poco de nuestra partida de Vigo y al bajar del puente, me
crucé con ellas por primera vez en cubierta y sentí la emoción que te produce
la perdiz al iniciar el vuelo cuando te sale de los pies en un vedado. No oí ni
tan siquiera que respondieran a mi saludo, quizás porque no lo hicieron o
porque el viento se lo llevó, al fin y al cabo mi delgadísimo galón dorado, no
debió impresionarles demasiado.
Pablo
(continuará)
Foto:
En la toldilla de primera clase, entrando en Bahía de Todos los Santos año 1960
Foto:
En la toldilla de primera clase, entrando en Bahía de Todos los Santos año 1960