Autor:
Pablo Romero Montesino-Espartero
Viaje Venecia-Takoradi (Costa Yugoslava), 29 de Agosto de 1964
Carta nº 39
De una carta a la familia
De una carta a la familia
Me hubiera gustado al final de cada jornada
transcurrida en Venecia, contaros cuanto había conocido, disfrutado...amado.
Pero el tiempo, nuestro inexorable enemigo en cada puerto, me ha impedido
llevar a cabo tan sanas intenciones.
Han sido diez días vividos intensamente y
contra-reloj, hasta el punto de tener que aprovechar la playa o el “vaporetto” que desde el puerto me
trasladaba hasta San Marcos, para dormir y poder tenerme en pie...¡una locura,
sí, pero qué maravillosa locura¡
El viaje en sus 4.385 millas náuticas desde
Takoradi en el Golfo de Guinea, se desarrolló con absoluta y monótona
normalidad hasta la última singladura,
la número 19. En ella y aún con las imágenes selváticas del Africa Occidental
en mi memoria, aparecieron por nuestra proa, las cúpulas más altas de la
increíble ciudad de Venecia sobresaliendo majestuosas tras un horizonte nítido,
casi tangible, en una mañana hermosa y azul. Atrás habíamos dejado el
intrincado laberinto de las islas yugoeslavas y el paso entre Visebo y Vis.
Dicen que es la isla en la que el mariscal Tito pasa sus vacaciones. Lo cierto
es que tiene su emoción pasar rozando las costas de un país al que a los
españoles nos está prohibido visitar según reza nuestro pasaporte.
Lo que en un principio nos pareció un
espejismo, una broma cruel de la naturaleza, poco a poco se fue convirtiendo en
ese conjunto armónico de luz, arte y color, que es la Villa del León Alado.
¡Gracias Dios mío, gracias inmensas...que
bueno has sido conmigo¡
¡Qué deseos tan grandes de vivir¡ ¡Cuánto
orgullo europeista...¡
¿Por qué se muere ignorando tanta belleza?
Me imagino que por idéntica razón por la que pasamos a mejor vida sin haber
leído las obras maestras de la literatura universal, admirado a través de sus
cuadros el genio casi divino de tantos maestros del color o sin haber sentido
en nuestros oídos la suave caricia de La Pastoral, por ejemplo.
Venecia es...Venecia es indescriptiblemente
hermosa. No existen palabras, ni calificativos capaces de describirla o
pintarla. Quizás la música pudiera amalgamar y fundir en una sinfonía, su arte,
su arquitectura, su historia, su romanticismo...y dudo mucho que consiguiera, a
pesar de la espiritualidad de aquella, reflejarla fielmente.
Me daban pena los que en el silencio
sobrecogedor de sus canales, no podían sentir en aquellas noches cálidas y de
cielos estrellados, los latidos cercanos de un corazón femenino, ni podían ver
en los ojos de una austriaca de Innsbruck, los Alpes eternamente nevados, ni en
la oscuridad sentir en sus labios el sabor salado con que todo se impregna en
el Adriático.
Me daban lástima cuántos no pudieron
escuchar desde lo alto del Campanil, la música de Rossini que subía intacta
desde la plaza hasta lo más alto de la torre. Ni acariciar sus enormes campanas
de bronce, ni contemplar el fabuloso escenario en el que los siglos parecían
dormir encantados por la batuta del mago que dirigía la orquesta allá abajo.
Sentí lástima también por quienes no
pudieron ver aquella majestuosa ascensión del sol tras el verde, rosa y oro de
San Marcos mientras sus torres lanzaban al aire mil acordes de bronce,
rompiendo con su estruendo la diáfana mañana...
¡Cuánta felicidad y cuánta amargura¡
Cuando mi barco en su búsqueda de la salida
al mar, pasaba ante San Marcos y el Palacio Ducal dejando lentamente por su
popa, La Salute, San Giorgio, Murano ...cuando la última paloma se llevó
prendida en sus alas la última nota de aquellas campanas, con ella y confundida
en apretado abrazo se fue gran parte de mi alma. Había sido todo tan bonito que
me pareció despertar de un sueño en el momento en que por nuestra proa solo
había agua y solo agua.
En un instante afluyeron a mi mente y en
desordenado tropel mil cosas que nunca
podré olvidar. Sus ojos, sus manos, sus labios, sus cabellos...cada fuente,
cada callejuela por donde había pasado con ella en nuestro afán de conocer los
lugares más pintorescos y románticos, ligados a esos momentos que dejan huella
perenne en nuestro corazón, los que solo el silencio puede describir.
Atrás quedaban los baños en el Lido, el
Lacrima Christi en copas de Murano, nuestros paseos por el Gran Canal, los
cafés en San Marcos escuchando las “orchestrinas” o el amanecer en las
escalinatas de La Salute...
He sentido como el mundo se me venía
encima...todo había terminado, no la vería más, no podría volver a besarla, ni
oiría el tono dulce de su voz, ni sentiría en mis ojos la caricia de su
mirada...¿por qué Dios mío, rodeado de luz, solo veo tinieblas...? Daría cualquier
cosa por unas palabras de consuelo...mientras tanto la hélice gira y gira sin
piedad poniendo millas y millas de por medio.