Autor:
Pablo Romero Montesino-Espartero
Navegando por el Canal de Kiel helado
CARTA DESDE EL CANAL DE KIEL
Carta nº 36
Comienzo esta carta en el puerto de
Brunsbütel, situado en la salida del canal de Kiel al Mar del Norte. El viaje
desde Lübeck hasta aquí, navegando por el Mar Báltico y más tarde por el
canal ha sido emocionante y de gran
espectacularidad. El último barco que salió de Lübeck fue nuestro “Navidad”, después, el puerto quedó
cerrado a la navegación por motivo de los hielos que cubren el río Trave y todo
el Mar Báltico. Estamos a 19 grados bajo cero. Desde Lübeck hemos salido a la
mar remolcados por un rompehielos que al no tener suficiente potencia de máquinas a medida que el hielo se iba
cerrando, las catorce mil tone
ladas de nuestro barco fueron
perdiendo
velocidad hasta quedar
atrapados en una mar helada de más de treinta centímetros de espesor. El
remolcador se fue y nos dejó clavados en la masa de hielo que todo lo cubre.
Hemos permanecido derivando durante veinticuatro horas hacia las costas de las
islas danesas, hasta que por fin un rompehielos de altura ha desincrustado de nuestro casco todo el hielo que nos aprisionaba. Su
desplazamiento en zig-zag nos ha permitido ponernos en movimiento y a una
velocidad de tres nudos hemos llegado a la entrada del canal siguiendo el
camino que poco a poco nos iba abriendo. El chirriar del hielo rascando nuestro
barco se hacía insoportable para los oídos, pero lo más espectacular fue ver
como el rompehielos se montaba prácticamente sobre los bloques para quebrarlos con
el peso de su proa. Nos cruzamos con un barco pequeño y hubo un instante en que
lo arrastramos con nosotros en la dirección contraria a la que llevaba.
Como cosa anecdótica, el práctico que nos
trajo desde el Báltico al Mar del Norte por el canal de Kiel, llegó andando por
el hielo hasta la escala real del Navidad
que le facilitó el subir a bordo.
La noche que pasamos atrapados disfrutamos
de una luna limpia y brillante que iluminaba la mar dándole a ésta el aspecto
de un paisaje lunar. Durante la navegación por el canal presencié una puesta de
sol difícil de describir. El agua helada se tiñó de rosa por nuestra proa, por
efecto de un sol de aspecto frío y difuminado e inofensivo para la vista,
mientras las orillas nevadas, salpicadas de casitas de tejados oscuros le daban al
cuadro el toque definitivo. Solo faltaba la firma, si bien, creo no fuera
necesaria.
Nos cruzamos con algún barco ruso en el que
sus formas desaparecían por completo bajo una máscara de hielo. Uno se
pregunta, como se puede navegar así y lo que es más increíble, como se puede
trabajar en esas condiciones. Los entrepuentes se asemejan a cuevas de
estalactitas que los tripulantes tienen que romper para poder circular por las
cubiertas.
Después de permanecer en Brunsbütel
dos días, salimos ayer al Mar del Norte. Cuanto abarca la vista se encuentra
helado formando montículos y bloques remontados de hasta dos metros de altura.
En estos momentos avanzamos a razón de ochocientos metros a la hora a pesar de
que la máquina va revolucionada a cuanto da de sí. Ha amanecido un día
esplendido de sol que a primera hora rompió los estratos del horizonte,
coloreándolos como si de una aurora boreal se tratara. La mar se encuentra
salpicada aquí y allá de barcos
diseminados, los unos completamente parados y los otros luchando como nosotros
por salir de esta zona que se extiende muchas millas hacia el Canal de la
Mancha. Hace horas que llevamos pegado a nuestra popa un barquito de poco porte
que a primera vista da la impresión de que nos empujara cuando la realidad es
que se mueve gracias al camino que entre esta inmensa y compacta masa de hielo que
nos circunda, se va abriendo paso el Navidad.
A poco que se descuide el que nos sigue puede quedarse parado al cerrársele el
espacio que media entre los dos barcos.
Las guardias en el puente se hacen
interminables y lo único que nos da ánimos, es ver como poco a poco la
velocidad va aumentando a medida que se abren claros en la mar. Hace mucho frío
y el viento corta el rostro como un cuchillo, pero este viento hace que se
desplacen los bloques de hielo que nos restan velocidad al impactar nuestra proa
contra ellos.
Nos encontramos frente a las costas de
Holanda. Las condiciones mejoran por momentos y navegamos ya en aguas libres,
aunque aun se ven hielos flotando, probablemente procedentes de la
desembocadura del Mosa. Daríamos
cualquier cosa por estar ya en el Mediterráneo y sentir en la cara el
calorcillo de nuestro maravilloso sol... pero nos queda al menos una semana
para doblar el cabo San Vicente.
Pablo