Autor:
Pablo Romero Montesino-Espartero
Mi
primer lucio real
Carta nº 55
De una carta a la familia, 25 de Mayo
Después de haber dejado atrás el
Estrecho de Messina, Gibraltar y Dakar, nos encontramos a tan solo dos horas de
la línea ecuatorial y navegamos hacia la isla de Santa Elena que avistaremos
dentro de cinco días. Hemos hecho 3.400 millas desde nuestra salida de Trieste,
en 13 días de mar en los que nuestras máquinas han funcionado sin problemas a
pesar de las altísimas temperaturas. El personal de máquinas ha tenido que
sufrir guardias a cerca de 50 grados centígrados, mientras en el puente la
brisa nos acaricia haciendo las delicias de Piloto y timonel. La mar siempre
cruel, para unos lo es más que para otros...a veces.
El tiempo es hermoso y paso el día
tomando el sol, jugando al ping-pong y dándome duchas de agua salada. Pero mi
diversión favorita es la emocionante espera-al alba y al crepúsculo- en que
calo mi aparejo de pesca. A la altura de Dakar se me escapó un buen ejemplar de
lucio real. Hasta hoy no he cobrado nada pero ya caerán...
Ayer fue un día de grandes
acontecimientos. Cruzaron nuestra proa un banco de miles de delfines que hacían
que la mar pareciera que estuviese en ebullición; también avistamos una pareja
de ballenas que placidamente tomaban el sol y un tiburón martillo que rozando
el costado del barco, ni tan siquiera movió un músculo a nuestro paso. Los
delfines nos rodearon y los saltos, cabriolas y zambullidas nos mantuvieron a
la tripulación contemplando el espectáculo durante casi media hora. Algunos de
ellos se colocaron a proa y parecía que dijeran : ¡alcánzanos si puedes¡ Al
paso del banco, los peces voladores despegaban del agua huyendo en todas
direcciones como si hubieran visto al mismísimo diablo.
Hoy a mediodía nos faltaban 8.120
millas, o lo que es lo mismo 30 días de navegación hasta Yeddah en Arabia
Saudita.
Isla de Santa Elena, 25 de Mayo
Hubiera dado cualquier cosa por visitar
la isla en la que muriera Napoleón en su cautiverio, pero esta mañana se perdió
en el horizonte tan misteriosamente como apareció a nuestra vista. Desde Cabo
Verde navegábamos en demanda de un punto en medio del Atlántico Sur con una
historia importante, pero que cuando llegamos a él nos pareció irrelevante. En
la carta no es más que una latitud y una longitud a casi 1.500 millas de la
tierra continental más cercana. Su población es de tan solo 800 habitantes. Con
una costa inaccesible y que carece de un puerto seguro; es visitada
mensualmente por un barco que debe fondear a 2 millas de la costa. Las
operaciones de aprovisionamiento a la isla se efectúan por medio de botes y
barcazas cuando el tiempo lo permite. Cualquier barco es siempre bien recibido
y a los que pasamos de largo, pero acercándonos a“curiosear”, los isleños nos
saludan desde los acantilados.
Todos los oficiales están admirados con
mi sextante Plath y los buenos resultados que obtengo con él. Al poco de
ocultarse el sol, el sistema óptico Zeiss me permite ver algunas estrellas de
primera magnitud casi de día y los planetas como Júpiter y Venus los puedo
observar en combinación con el sol y la luna.
Nuestro próximo avistamiento de tierra será dentro de seis singladuras en
que si la astronomía no falla deberemos avistar por nuestra proa el Cabo de
Buena Esperanza a unos 3.500 kms. de nuestra situación actual. La única novedad
a parte nuestro encuentro con Santa Elena es el alisio. Saltó un día después de
cruzar el ecuador y continua soplando del SE. Es una delicia su suave caricia
que además hace brillar de manera especial el firmamento más grandioso que
podáis imaginaros.
Pablo
(Continuará)
Pablo
(Continuará)