Pablo Romero Montesino.Espartero
Carta nº 66
De una carta a la familiaPacífico Sur 1969
En el anecdotario de mi vida, podrían
figurar en lugar preferente, los acontecimientos de éste viaje por la costa del
Pacífico, desde Panamá hasta Valparaíso y regreso.
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A pesar de nuestros buenísimos sueldos,
todos los marinos tratamos de mejorarlos con algún que otro negociete, para que
nuestros jolgorios en tierra nos salgan gratis. Es algo innato que se puede
hacer extensivo a marinos de guerra, pilotos de líneas aéreas y todo aquél que
cruza una frontera. La única diferencia estriba en la cantidad, y en un barco
mercante, la cantidad no supone freno alguno, ya que tenemos espacio de sobra.
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En nuestro paso por Cristóbal que es puerto franco en el Canal de
Panamá, tuvimos la visita de un contrabandista de tomo y lomo, el cual nos hizo
una proposición tan deshonesta como tentadora. Se trataba de cargar en una
bodega del barco, 4.000 cartones de cigarrillos americanos y 100 cajas de
whiskey para entregarlos fuera de las aguas jurisdiccionales de Chile y
precisamente a 12 millas al oeste de
Punta Tetas (cabo muy conocido de la costa chilena a poca distancia de
Antofagasta).
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La operación la bautizamos “apuntamento en
Punta Tetas” porque en italiano-nuestra lengua oficial a bordo-“apuntamento”
significa cita.
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Básicamente nuestro trabajo consistiría en
transportar la carga hasta el lugar del encuentro por la módica cantidad de
5.000 dólares americanos y descargarla sobre una lancha antes de que
anocheciera, todo ello en la fecha fijada de nuestro paso al oeste de Punta
Tetas, camino de Valparaíso. El pago del “flete” sería contra la entrega de la
“mercancía”. El “contrato” lo cerraron
el Capitán y el Jefe de Máquinas, en anuencia con el resto de la
tripulación a la que se le pagaría proporcionalmente al sueldo de cada uno de
nosotros.
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El Jefe de Máquinas buen amigo, excelente profesional y experto
en estas lides, tiene un bonito negocio, que además de proporcionarle pingües
beneficios, le facilita sus relaciones con las chilenas y peruanas que
acuden a su “tienda”, en cuanto el Alacrity asoma su proa por la bocana de
El Callao o Valparaíso. En Barcelona hace su acopio de mercancías por medio de
una furgoneta cargada de ropa variada e íntima de mujer, blusas, faldas,
lencería, cremas y potingues, perfumería etc. etc. Todo ello lo camufla en la
sala de máquinas, quedándose en su despacho del camarote, con un amplio
muestrario que le sirve para hacer pedidos por el teléfono interior a su
“almacenista” en la máquina. El muestrario ha desplazado de sus cajones a los
planos del barco, instrumentos de precisión etc. es decir un auténtico
profesional del comercio internacional y no catalán como sería de esperar, sino
castellano y de Almorox provincia de Toledo.
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Una vez
terminada la operación de carga de la “mercancía” salimos a la mar
camino de Valparaíso, mientras que el contrabandista partió por tierra hacia
Antofagasta, dejándonos una emisora para las comunicaciones de última hora
entre nosotros y la lancha.
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En la fecha y hora fijadas, el Alacrity paró sus máquinas 12 millas al
oeste de Punta Tetas, - y por tanto, fuera de las aguas jurisdiccionales de
Chile- con fuerte marejada y vientos de poniente que proporcionaban al barco un
balanceo desagradable. A medida que se acercaba la puesta de sol, la mar empeoraba
sin que la lancha hiciera acto de presencia en la pantalla del radar. Poco
antes del ocaso, un eco en el radar nos hizo pensar que pudieran ser ellos.
Llamamos por radio y en su respuesta solo pudimos entender que estaban a punto
de hundirse y que regresaban a la costa, con lo cual se nos planteó un
gravísimo problema, cual era el de entrar en Valparaíso con un cargamento de
tabaco y whiskey que podía llevarnos a la cárcel desde el primero hasta el
último de la tripulación. La única solución era echar todo por la borda, con lo
cual el contrabandista se quedaba sin nada - riesgo de represalias- o buscar un
escondrijo en el barco que fuera tan seguro como para arriesgarnos.
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En conclave decidimos correr el riesgo,
escondiéndolo todo en un tanque vacío, que no figuraba en los planos del barco
y sito en el compartimiento del servomotor del timón.
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En un trabajo de artesanía del equipo de
máquinas, todo quedo dentro del tanque, cuya puerta se soldó con autógena,
colocándose sobre ella, ruedas dentadas de las máquinas.
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Nada más atracar en los muelles de
Valparaíso, apareció el contrabandista y nos informó de su epopeya para evitar
que la lancha se fuera a pique con los tres hombres que la gobernaban. Veían el
barco aparecer y desaparecer en el horizonte según estuvieran en la cresta o el
seno de la ola sin que avanzaran en su aproximación al Alacrity . La comunicación por
radio- con un walky- talky de poca potencia- fue tan solo un cruce de
pocas palabras debido a la distancia y
al ruido de la mar al romper en la proa, por lo que decidieron abortar la
aproximación pues estaban embarcando mucha
agua.
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Los días que pasamos en Valparaíso fueron
de gran preocupación hasta que los inspectores de la Aduana abandonaron el
barco no habiendo encontrado nada ilegal y por supuesto tampoco el “tesoro”.
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A los pocos días repetimos el “apuntamento”
en la misma situación y esta vez con éxito.
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La lancha era un lanchón de madera con
motor diesel y unos seis metros de eslora que se abarloó sin problemas con una
mar bella y el viento en calma.
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La “mercancía” fue subiendo y subiendo en
altura, hasta tal punto de que nos daba la impresión de que el lanchón volcaría
en cuanto soltara los cabos que tenía dados a nuestro barco. Con un francobordo
de unos 20 cms. desde la superficie del mar, parecía que sobre cubierta llevara
un autobús de Londres. Comenzó su
navegación hacia la costa embarcando los salpicones del agua que levantaba su
proa. Poco antes se había efectuado el pago del “flete” en el despacho del Capitán,
quedando bajo su custodia en la caja fuerte del barco.
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Antes de nuestra llegada a Perú, se
distribuyó lo que para cada uno de nosotros significó el sueldo de un mes. En
Lima dimos rienda suelta a nuestras alegrías, gastando lo que con tan poco esfuerzo
habíamos ganado, hasta que en un lugar de cuyo nombre no puedo acordarme,
alguien le gritó a un tripulante : “¡son falsos, son dólares falsos¡”. Fue como
una estampida, pero a cámara lenta. Fuimos saliendo del local nocturno, sin
prisa pero sin pausa, sin mirar atrás pero con unas ganas irrefrenables de
echar a correr. Ya en el barco, el más entendido de todos, cogió un billete lo
mojó con su saliva y lo frotó con otro. La tinta impregnó de verde lo que no lo
era, hasta quedar el billete como un pimiento frito.
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En Europa, con el afán de protegernos la
huida, solíamos invitar a los compañeros a todo gasto pagado, siempre que fuera
con los dólares de Punta Tetas y en locales nocturnos. Nunca faltaron
guardaespaldas.
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Pablo
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