Pablo Romero Montesino-Espartero
A bordo del "Sincerity" presumiendo de mi captura.
Carta
nº 59
Llegamos a este infierno desértico hace hoy
una semana y aún deberá pasar otra para
salir de él.
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Hemos alcanzado los 50º centígrados a la
sombra, el aire es irrespirable y la cubierta de acero no la podemos pisar si
no es con calzado de suela gruesa porque se abrasan materialmente nuestros
pies. Ayer sufrimos una tormenta de arena, la visibilidad se redujo a pocos
metros, se hizo casi de noche y en pocos minutos la pintura blanca del barco se
puso de color rojizo. Las operaciones de carga del barco quedaron suspendidas
hasta que pasó la tempestad.
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La miseria, el hambre y la suciedad están
por doquier. Algunos de los negros que trabajan en las bodegas son caníbales,
según los ingleses que trabajan en las oficinas del consignatario de la
naviera. Llevan unas melenas de pelo muy rizado que se cardan durante los
descansos, con unos peines de madera de agujas muy largas, que hacen que la
cabellera aumente de volumen hasta alcanzar proporciones inverosímiles. Algunos
parece que llevaran un gran cesto en la cabeza.
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Estos árabes son muy altos, mal encarados,
sucios, y te roban al menor descuido.
Sus vestimentas, que algún día fueran blancas, tienen el color de la mugre y
tan solo dejan ver los pies calzados con sandalias de cuero y sus asquerosos
talones desnudos.
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Las mejillas las tienen desfiguradas de las
cicatrices que les identifican con su tribu, y se ponen furiosos si intentas
hacerles una fotografía. Hace dos días bajé al muelle para echar un vistazo a
los calados del barco y vi a uno de ellos que estaba sentado en unos sacos de
los que estábamos cargando. Me llamó la atención su aspecto bonachón y me
acerqué a él para preguntarle que significaba el brazalete de cuero que llevaba
en el brazo, con una especie de recipiente de madera ligado a él.
Inocentemente, se me ocurrió la idea de acompañar la pregunta con el gesto,
llegando a tocar suavemente lo que me pareció un adorno cilíndrico. ¡Jamás lo
hiciera¡ Me echó una mirada amenazadora gritándome algo ininteligible, que me
causó una impresión muy desagradable. Subí a bordo, y el capataz de la carga,
un armenio que hablaba muy bien inglés, me dijo que lo que llevaba en el
cilindro de madera, eran cenizas de un
ser muy querido para él y el solo hecho de que lo hubiera tocado un cristiano,
no le dejará dormir en mucho tiempo.
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Es impresionante de que forma se cargan
sacos de sesenta y cinco kilogramos sobre el costado y lo trasladan desde el
centro de la bodega hasta el fondo de ella. Por más que les explicas que se
podían ahorrar mucho trabajo si balancearan el cable de la grúa para depositar
la izada lejos de la vertical, no lo entienden.
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Cuanto rodea a Port Sudán es arena. El
primer día fuimos a dar una vuelta con el agente de la naviera y vimos el lugar
donde se reúnen las caravanas que van a Khartoun. En el área de reunión habría
más de mil camellos desdibujados por la tremenda polvareda y cientos de árabes
cocinando con los excrementos de los animales. El olor fétido de sus fogatas,
mezclado con el de la suciedad y miseria
de sus enseres y tiendas, hacían peligroso el respirar aquél ambiente y una vez
visto el espectáculo nos alejamos sin tan siquiera bajar la ventanilla del coche.
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Es asombroso como puede existir tanta
diferencia con Arabia Saudita, no cabe duda de que el petróleo está mal
repartido en el mundo árabe.
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Poco antes de dejar Jeddah, nos dijeron los
ingleses, que los viernes, después de las oraciones del santón tenían lugar en
la plaza las ejecuciones públicas. Unos
marineros presenciaron la amputación de la mano izquierda de un ladrón.
Volvieron con la faz demudada y uno de ellos vomitando por el camino. La
descripción que hicieron fue tremenda y aun me dura la impresión que me causó.
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Nos sentimos prisioneros en nuestro
barco y no vemos el momento de abandonar Sudán.
El día 17 de este mes saldremos para
Italia a donde esperamos llegar a finales de agosto. Tendremos en el viaje 20
días de invierno puro, 6 de trópico y 20 de verano.
Pablo