Pablo Romero Montesino-Espartero

Pablo Romero Montesino-Espartero
------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Camarote desde donde fueron escritas algunas de estas cartas-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Con este blog pretendo ir recopilando las cartas escritas por mi hermano Pablo Romero M-E, dirigidas a la familia, durante sus primeros años de navegación tras terminar su carrera de Marino Mercante allá por el final de la década de los años cincuenta, principio de los sesenta-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------.

miércoles, 22 de julio de 2015

CARTA DESDE EL PACÍFICO (1ª Parte)

Autor:
Pablo Romero Montesino-Esparetero
 

Fondeado en Nueva Orleans abordo del "Sincerity"
 
 
Carta nº 62 
 
23 de Enero de 1969  
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    Salimos esta mañana de Guayaquil y llegaremos pasado mañana a El Callao.
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    Ayer vi el Chimborazo. Durante todo el día permaneció oculto y entre nubes, pero justo a la puesta del sol, salió como para no dejarme con las ganas de contemplar su fantástica mole. Fue como beberse un vaso de agua fresca con sed.
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Las nieves eternas del Chimborazo me refrescaron lo indecible a pesar de encontrarnos en aquél momento a unos 120 kms. de él.
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    Como sabéis, aquí después de la puesta del sol se hace de noche en pocos minutos; no hay apenas crepúsculo, a pesar de ello pude ver las nieves de las laderas del volcán  teñidas de color rosáceo, cuando ya en Guayaquil era oscuro.
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    Guayaquil me ha decepcionado, creo no haber pasado tanto calor bochornoso en mi vía. La subida por el río es una prueba de resistencia para la tripulación pues la humedad con 43 grados de temperatura hace que se respire prácticamente agua. Hay una miseria extrema por doquier y lo único que quizás te sorprende es ver los edificios coloniales más o menos bien conservados, al igual que las iglesias que dejamos los españoles tras la independencia de Ecuador. Impresiona la selva impenetrable a ambas orillas y sus sonidos indescifrables para nosotros. Hay buena gente y no es tan peligroso como Colombia, pero de cualquier forma hay que estar muy atento. Afortunadamente hemos pasado tan solo un día en este puerto.  
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28 de Enero de 1969
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     Dejamos ayer El Callao después de tres días de permanencia en lo que es puerto de la Ciudad de los Reyes como la bautizara Pizarro, o Lima como se llama en la actualidad. Ahora navegamos hacia el puerto de Matarani, también en Perú y al que llegaremos  al amanecer. Por nuestra proa,  a las 5 de la mañana deberá aparecer el volcán Misti de 6.500 m. de altitud y que se encuentra a 80 kms. de Matarani.
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    Habíamos proyectado una excursión al lago Titicaca, pero en Matarani tan solo permaneceremos una horas. Tendrá que ser el próximo viaje.
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    Los días son calurosos y las noches frías . Por babor e iluminada por la luna, la cordillera de los Andes ofrece un aspecto impresionante. La soledad es absoluta, ni una luz, ni un árbol, solo montañas nevadas que en sus estribaciones pasan del blanco níveo al rojizo para más tarde tornarse gris claro a medida que el sol las va bañando con su luz.       
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    La estancia en Lima ha sido un verdadero regalo. Si me lo hubieran pedido hubiera renunciado al sueldo a cambio de poder disfrutar de lo que es y significa esta ciudad para cualquier español y sobre todo para un extremeño que siente en sus venas la grandeza de la gesta de nuestros paisanos. A medida que navegamos hacia el sur a lo largo de esta costa interminable, uno se pregunta como pudieron salvar tantas dificultades  orográficas los hombres de España, “aquellos que nacieron para asombrar, no para asombrase”. Miles de kilómetros de selvas impenetrables y de territorios absolutamente desérticos, llevando consigo  enseres, armas y animales domésticos. Mirando la costa con los prismáticos, uno piensa que no pudo suceder todo eso que los libros de La Conquista nos enseñan.
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    El otro día pasamos ante la Isla Gallo y tuve la impresión de levitar. La isla de los “Trece de la Fama”, en la que don Francisco trazara la famosa raya divisoria que separaba a los valientes de los cobardes, a los ambiciosos de los conformistas y que  trece cruzaron sin titubear. Es difícil para un extremeño no emocionarse ante el escenario de aquél hecho histórico y heroico a la vez y en el que participaran varios paisanos. Entre aquella isla y la de la Gorgona, cercana a la anterior, pasaron siete meses de privaciones y hambre, esperando el auxilio de los marinos que volvieron a Panamá para pedir ayuda. Los trece pedían ayuda, no para establecerse sino para continuar hacia el sur y alcanzar el corazón del imperio inca a más de 3.000 kms de distancia de dónde se encontraban.
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    Lima es una ciudad que te impresiona por muchas cosas, pero la plaza que desde una esquina preside Francisco Pizarro, sobrecoge cuando desde su centro desparramas la vista a tu derredor.  Para mi es solo comparable a la Plaza de  San Marcos en Venecia. El Palacio Pizarro, las enormes balconadas en madera labrada y la Catedral constituyen un complejo arquitectónico que ya de por sí compensa el haber cruzado el Atlántico y  parte del Pacífico para poder contemplarlo.
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    La avenida de Miraflores en la zona residencial tiene más de 5 kms. de palmeras erguidas como mástiles y que flanqueadas por casas coloniales de una o dos plantas recuerdan a esas casas señoriales de Jerez de la Frontera y el Puerto de Santa María y en las que el elemento madera abunda.
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    Si las obras que dejamos aquí los españoles, son de por sí bellas, no os digo nada del mestizaje. En Lima conocí a una belleza natural, mitad inca, mitad española, que además de sus atractivos físicos posee el título de Psicólogo Clínico y con un apellido muy español que no le pega ni con cola, pues tiene todos los rasgos de una india. Entablé conversación con ella en una cafetería donde según dicen las malas lenguas masculinas, las peruanas van a la caza de marinos españoles. Esas mismas malas lenguas dicen también que la mayor aspiración de una limeña es casarse con un español. La cosa fue sobre ruedas y digo sobre ruedas, porque al poco de conocerla la invité a bailar en una sala de fiestas de las afueras y me llevé la grata sorpresa de que tenía coche; un Hillman inglés precioso en el que me llevó a  un restaurante típico a unos 10 kilómetros de Lima, donde no se baila pero se ve bailar toda clase de danzas peruanas, que rezuman por todas partes sabores de mestizaje.
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    A las 2 de la mañana subimos a un monte por un camino tortuoso para desde él, admirar la grandiosidad del océano. Por vez primera pude contemplar  desde tierra, como la luna desaparecía tras el horizonte del Pacífico. Allá arriba me sentí un Pizarro amando a la hija de Atahualpa.
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    A las 4 de la mañana abandonamos el alto y se empeñó en que condujera su coche hasta su casa y así lo hice y me piropeó mi habilidad diciéndome “manejas muy lindo”. Me hubiera gustado estuviera presente el que me examinó en Cáceres.
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    A mitad de la bajada se nos acabó la gasolina y llegamos a Lima entre empujones e inercia.
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    Es una mujer de una belleza un tanto exótica con los ojos achinados y la piel muy oscura. El cabello muy negro y unas manos muy bonitas, es bajita pero muy bien proporcionada y cuando habla, su acento  es muy suave con giros que al principio te parecen un poco cursis, pero que al poco tiempo te resultan  encantadores.
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    La dejé en su casa. Su hermano la esperaba en la  puerta; era bajito pero fornido y con aspecto de apache. La vivienda de una sola planta con jardín y porche de arcos, sin grandes pretensiones y que me recordaba a una casa de peones camineros. Me asusté al verle plantado en el porche, pero antes de que me  empezaran a temblar las piernas pensé : “Pablo, tu eres un extremeño como los que llegaron aquí hace cuatro siglos, que significa un inca para ti, y no salí corriendo, aunque ganas no me faltaron.
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    Al día siguiente me llamó al barco, pues entre el miedo y el sueño se me olvidó pedirle el teléfono. Fue otro día ligado a la cultura y al romanticismo. Recorrí con ella la Plaza de Armas y la catedral que la preside. Me impresionó la tumba del conquistador del Perú. En medio de una capilla de paredes con frescos y artesonados dorados, el sarcófago de Francisco Pizarro de bellísima factura te sobrecoge, al pensar que dentro de él descansan los restos de aquél porquero trujillano que sabe Dios cuántas veces iría a lagartos por los berrocales que rodean Trujillo y que terminó siendo  Virrey del Perú.
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    Me emocioné leyendo la placa conmemorativa del cuarto centenario de la fundación de la ciudad de Lima por Francisco Pizarro,  colocada en el pedestal de su estatua ecuestre. En una esquina de la plaza el monumento a  Pizarro, idéntico al  de nuestro Trujillo, hace que te sientas orgulloso de ser español y extremeño.  Di más de cien vueltas alrededor de él, admirando cada detalle, y si en aquellos momentos, el caballo hubiera defecado sobre mi cabeza, habría exclamado: ¡Lo ha hecho de gusto al ver a un paisano de su amo¡
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    La estatua ha sufrido diversos desplazamientos a lo largo de los siglos. Al principio estaba situada en el centro geométrico de la plaza, pero últimamente la han trasladado a una esquina, como si se avergonzaran de ella. A Yolanda cuando ha salido a colación el tema siempre le he dicho que los peruanos que se avergüenzan o atacan a nuestra historia común, son los hijos de aquellos españoles que hicieron la Conquista. Los mestizos, que arremeten contra todo lo que huela a aquella gesta  y que en teoría deberían ser defensores a ultranza de sus raíces indias, se avergüenzan de ellas y maltratan a los indios de raza pura. ¡Qué incongruencia¡
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Pablo
 
(Continuará 2ª parte)

jueves, 2 de julio de 2015

CARTA DESDE PANAMA

Autor:
Pablo Romero Montesino-Espartero


Mi hijo Alejandro, 45 años después de mi paso
ante  ese monumento a bordo del "Alacrity"
 
 
 
Carta nº 61
Océano Pacífico, Enero de 1969.                                             
                                  
     Son las doce del día, hace calor pero se soporta bien gracias a la marcha del barco y a una ligera brisa de poniente. Os escribo en pantalón corto, sin camisa, descalzo y tumbado en una hamaca en el puente alto del “Alacrity”.
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    Hemos dejado atrás Cartagena de Indias tras una corta permanencia en puerto descargando automóviles Land Rover fabricados en España. Ha sido un duro trabajo especialmente para mi por el hecho de haber empalmado la guardia en el puente, con la maniobra de atraque y después la descarga, todo ello sin haber podido coger la cama en casi 24 horas. Por tanto de esta bellísima ciudad que tanto le debe a la colonización española, solo he podido disfrutar esta vez de la entrada y salida de puerto. A medida que nos acercábamos desde la mar, la mera contemplación de sus murallas y edificios coloniales, me hacían sentirme más y más orgulloso de la impronta hispana que dejamos en América. Ya pueden ladrar lo que quieran cuantos denostan a España por “La Conquista”. Yo he visitado muchas colonias inglesas y francesas, y en todas ellas he visto únicamente barracas y algún edificio suntuoso de algún gobernador. Nada que ver con la belleza de las catedrales, edificios, plazas y calles de la América Hispana.
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    Navegamos ya en dirección al Canal de Panamá.
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    Como no quiero que me molesten durante mi bien merecido descanso, me he instalado en el camarote del armador que es la puerta contigua a la mía. Este camarote, que es un derroche de gusto y esplendidez en cuanto a mobiliario y espacios se refiere, es sagrado. En él puede verse la mano de los constructores galos de este barco y la “grandeur” francesa . Las paredes todas forradas de maderas nobles con apliques de cristal y cortinas de damasco y una cama que solo le falta el dosel con una corona para parecer de la época de los zares. Un cuarto de baño como el del mejor hotel parisino, bañera forrada de madera todo su contorno al igual que el doble lavabo, teléfono y grandes ventanas de bronce, puertas de madera maciza de color marrón oscuro y suelo con plaquetas de mármol negro.  La llave de esta suite-como Primer Oficial- obra en mi poder y a veces la “subasto” cuando en puerto algún oficial desea sentirse “millonario” por una noche o sorprender al “ligue” de turno..
El paso del Canal de Panamá es un espectáculo de un colorido y belleza muy difíciles de olvidar. Parece como si la mano de Dios y la del hombre en una simbiosis mágica se hubieran unido para crear algo tan grandioso.
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    Desde Cristóbal-entrada del Canal-hasta Balboa-su salida al Pacífico-el paisaje es paradisíaco. Dejamos atrás la Bahía Limón y nos dirigimos a embocar el primer tramo del canal. Tiene una anchura de unos cuarenta metros y la vegetación no te permite ver las orillas pues todo lo cubre, formando una barrera infranqueable de un color verde oscuro semejante al de nuestras sierras en invierno. Entre la maleza, algunas palmeras rompiendo la monotonía de la selva tropical apuntan a un cielo plomizo al que casi tocan con sus palmas.
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    Luego de un corto recorrido entramos en las esclusas de Gatun arrastrados por unas extrañas máquinas eléctricas que mantienen al barco en el centro de aquellas.
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       Para llegar al nivel del lago Gatun tendremos que elevarnos veinticinco metros pasando por una cadena de esclusas, gracias a las cuales nuestra masa de 18.000 toneladas será elevada en escasos minutos por la ley de vasos comunicantes y del bombeo. El barco que nos precede, un imponente trasatlántico, aparece  a más altura de la de nuestras cabezas, encaramado sobre el hormigón de la esclusa siguiente. La imaginación vuela ¿qué pasaría si se rompiera  la compuerta de la esclusa? Posiblemente no pararíamos hasta llegar de nuevo al Atlántico...Subimos el último “peldaño” y contemplamos desde la altura y a vista de pájaro a un portaviones de los Estados Unidos que nos sigue desde Cristóbal.
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    La puerta de la última esclusa, se abre lentamente para dejarnos expedita la entrada al lago Gatun, dándonos la bienvenida sus cristalinas aguas  en las que parecen flotar islas e islotes de una belleza indescriptible y cuyos accidentes geográficos se van abriendo a nuestra vista a medida que avanzamos hacia el océano.
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¡Qué soledad¡ pienso que estoy traspasando las puertas del paraíso terrenal. 
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    A medida que nos acercamos al segundo tramo del Canal, las orillas se confunden y uno no sabe por dónde se abrirá un camino para continuar navegando rumbo a una salida que se escapa y solo cuando estás a pocos metros de ella, ves una pequeña boca en un recodo que se abre dándote paso. Poco más allá, los palos y la chimenea de un barco que navega en dirección opuesta a la nuestra, aparecen recortados en el cielo gris, moviéndose por encima de la selva y confundiéndose con las esbeltas palmeras tropicales. Es la salida del lago Gatun. Esperamos hasta que aparece su proa saliendo de entre la foresta como un extraño dinosaurio.  
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    Entramos finalmente en el segundo tramo del canal y reducimos la velocidad a solo seis nudos. Las curvas son cada vez más pronunciadas y peligrosas, dándonos la impresión de que la popa en su giro vaya a colisionar con las palmeras  que como gigantes bebiendo, se inclinan sobre la orilla.
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    La vegetación flota en el agua y nuestra proa en su avance la desplaza hacia los lados de nuestro barco, formando olas de verdes algas. Poco a poco el paisaje cambia, se va haciendo más montañoso aunque continúa por todas partes la flora tropical.
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    Nos acercamos al Paso de la Culebra cuando ya la tarde va declinando.
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    El sol desaparece ocultándose tras los árboles por nuestro costado de estribor, como queriendo indicarnos el oeste y el camino hacia el Océano Pacífico. En pocos minutos se hace la noche y el cielo  se rompe produciéndose grandes claros por donde se cuelan tímidas algunas estrellas. Las orillas aparecen iluminadas por miles de lucecitas de color amarillo, mientras que otras rojas y blancas nos señalan los límites del canal. A lo lejos y recortado por el lejano resplandor de la ciudad de Balboa y de Panamá City aparece el “tajo” artificial del paso de la Culebra.
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   El Canal se estrecha más y más, dándonos la impresión de que no va a caber nuestro barco por semejante angostura. Los montes se recortan en el cielo estrellado y de ellos, en sonoras cascadas, desciende el agua producida por los chubascos tropicales de horas antes, salpicándonos en su caída. El ruido es tremendo y ahoga con su estruendo el producido por nuestras máquinas.
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    A medida que nos acercamos a Balboa cambia más y más el paisaje. Tierras bajas de lujuriosa vegetación; mientras que por nuestra popa el agua en suspensión producida por las cascadas, forma un velo neblinoso teñido por las luces de colores de la Culebra.
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    De nuevo el sonido de la selva. Estamos entrando en la recta final. Parece una autopista en la que las luces rojas y blancas se confunden en el infinito. Entramos en Miraflores  nueva esclusa y nos bajan veinte metros a una velocidad de vértigo, produciéndonos la sensación de naufragio. Al sur, los edificios más altos de la ciudad de Balboa se tiñen de rosa al recibir los primeros rayos de sol del amanecer. Más allá, la inmensidad del Pacífico nos transporta al momento en que nuestro paisano hizo suyo y para la Corona de Castilla el Océano de los océanos: “...e si alguno otro príncipe o capitán, chripstiano o infiel o de cualquier ley o secta o condición que sea, pretende algún derecho a estas tierras e mares, yo estoy presto e aparexado de se lo contradecir e defender en nombre de los Reyes de Castilla...” La estatua de Núñez de Balboa aparece majestuosa cuando ya el barco flota en agua salada. Las sensaciones son grandes y mi admiración por el hombre de Jerez de los Caballeros se acrecienta hasta el paroxismo.
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    Al capitán yugoslavo le recuerdo lo que le dije cuando navegábamos por la costa portuguesa en relación con mi profesionalidad a pesar de ser de tierra adentro, y a los tripulantes que están en cubierta les grito desde el puente:
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-¿Lo veis bien? ¡Es uno más de los dioses que nacieron en Extremadura...¡
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    Nuestro barco, obedeciendo dócilmente al timón, va arrumbándose al sudeste en demanda del archipiélago de Las Perlas y del Perú, mientras por la popa va quedando atrás el Puente de las Américas y el verde esmeralda de la costa va tornándose azul, azul océano.
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   Navegamos ya en franquía del archipiélago cuando  la gran barrera andina que separa y une tantas naciones se vislumbra más allá de la costa ecuatoriana. La mole pétrea del Chimborazo destaca en la lejanía  cubierta de espesos nubarrones que de vez en cuando dejan ver sus nieves eternas. Nuestra proximidad a Guayaquil nos permite contemplar la grandiosidad de sus selvas y a uno le asalta  la duda de si eran hombres mortales, los que desde Panamá atravesaron esas intrincadas selvas para dirigirse andando hasta el Perú, y es que cuanto más voy conociendo la América Hispana, más aumenta mi admiración por aquellos españoles tan vituperados a veces, pero que dieron una lección al mundo de valor y sacrificio sin límites ante el sufrimiento y las adversidades.          
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 Pablo .